(Releyendo la introducción del segundo torito, compruebo que la propuesta es escribir desde el punto de vista del buitre. Como soy un apresurado, me quedé con la idea de otro punto de vista, sin reparar en que la propuesta era sobre el buitre. En fin, disculpad que haya escrito desde el punto de vista del otro hombre. Estoy con lo del buitre. Ah! Debo el primer torito. No lo olvido. Abrazos inhumados)
Voy a casa.
Allí guardo un fusil semiautomático Mauser 98 de calibre 7, 92 mm entre jerséis de cuello alto y bolas de naftalina. La presencia simultánea de un buitre leonado (¡espléndido ejemplar!) y un hombre que está siendo devorado por ese fantástico pico grisáceo me perturba. He de decir que la conversación con el pobre infeliz me ha enternecido, ha despertado en mí sentimientos piadosos. El hombre me ha pedido que mate al animal.
Soy cristiano, y como tal he de compadecerme de mis congéneres y evitarles sufrimientos. Maldito buitre, animal del demonio. ¿Hay algo más innoble que roer carne y piel hasta llegar al hueso de otro ser, de otro miembro de la fauna que Dios creó? El Señor me pone ante esta prueba y yo, como un aprendiz de Abraham que ama a los de su especie, he de responder. Sí, soy el Elegido.
Aparto dos jerséis de lana y una rebeca gruesa con botones de hueso. Tomo un estuche alargado, negro, de poliuretano reforzado con cierres de acero. Es pesado. Sobre la cama, lo abro. Aparece Marlene, mi amado Mauser, regalo de mi abuelo paterno, que luchó con la Legión Cóndor en el frente ruso. Guardados en un paño tengo tres cartuchos. Éste. Con uno valdrá.
Me siento indignado. Nuestro Señor murió en medio de atroces dolores, y sé que debería haber incorporado ya este hecho como bandera y aceptación de la naturaleza humana. Debería saber que el dolor es bueno, porque es enviado por el Señor para escarnio de nuestras culpas y oportunidad de enmienda. Sin embargo, el dolor de este hombre despierta en mí la misma piedad que inundó los actos del Cristo.
Por eso vuelvo con mi fusil. Para ejercer la justicia divina.
El animal revolotea en torpes saltitos alrededor del gimoteante pecador, buscando el ángulo más adecuado para asestar, quizás, un golpe final y definitivo.
Abro el cerrojo de Marlene, que me sonríe con sus labios rojos y húmedos
(como tu temblorosa vagina)
en la cinta metálica del cargador, donde está el resorte de muelle, coloco el cartucho
(dentro de ti, mi adorada Marlene)
y empujo el peine en el interior del cargador. Clac.
(maldito animal, párate quieto, por el amor de Dios)
Justo antes de que el buitre despreciable hunda su férreo pico gris en el gaznate de ese hombre, aprieto el gatillo.
La cabeza estalla en pedazos de hueso blanquecino, salpicando el entorno de sesos, sangre, pelo y un líquido semiopaco, turbio. El buitre escapa a un rincón y allí queda, mirándome cauteloso y tímido.
Conforme me alejo, siento que el buitre se acerca al cadáver de Franz Kafka, porque oigo sus torpes saltitos y huelo el polvo de sus plumas.
martes, 16 de octubre de 2007
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3 comentarios:
No os preocupeis estimado Inhumador, que esto está muy bien. Esperamos ansiosos el resto de los textos.
Qué feliz equivocación, querido Inhumador, me ha encantado el texto. Muy buena construcción del personaje, el léxico de armas lo hace además más verosímil. La ironía lo hace, además, divertido. Por lo demás, totalmente de acuerdo con lf.
Reitero que el cambio de perspectiva me parece excelente, feliz equivocación como dice Amanda. Siento un hueco, no sé si sólo temporal o también de ritmo entre "Con uno valdrá" y "Me siento indignado", porque uno no siente que el personaje se traslade hasta donde están el hombre y el buitre. Antes de eso uno va de los pensamientos del narrador a los jerséis, etc. y luego de pronto ¡zaz! aparece donde el buitre. Pero igual no sé qué opinen los demás, igual ellos no sintieron lo mismo. Me gusta mucho el final sorpresivo y que uno puede quedarse pensando en el discurso mental que se lleva el narrador a casa. lf.
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