lunes, 29 de octubre de 2007

Las Cosas Movedizas (suceso a Bobby)

Sí, aceptemos un grado de insensatez si pensamos que una cosa es siempre esa cosa, que un hecho será siempre un calco de sí mismo; sabemos que, en la litografía de esa casa erguida sola y blanca frente a Rembrandthaus, la mujer que lleva el cesto en el costado no es más que una mancha de tinta.
Solamente que la insensatez de pensar que las cosas son las cosas es la raíz, el ancla, el abrazo al mundo. Si no . . .

Bobby Dury, camarero del Pub Eastern Orchate, estaba allí cuando las palabras y los acontecimientos dejaron de ser exactamente ellos mismos. Hubo un temblor, como una fractura en el continuo espacio-tiempo. Bobby perdió una pinta de John Smith´s extrasuave que fue a parar a la moqueta azul marino. Se agachó para recoger la jarra pero, en realidad, se sorprendió soltando la escobilla del waterclose. Hubo un suavísimo y discreto ohhh entre los presentes, un ohhh colgando de boquitas de piñón pintadas de rouge y de varoniles y delgados labios con tupé. Quiso arreglar el estropicio: la culpable mancha que adornaba la moqueta como una isla sin vegetación en un mapa azul. Dios sabe que intentó fregar la mancha; torpe, insensata, pero sinceramente. Y, sin embargo, se encontró liberando del bisoñé el mondo cráneo de Sir Hugh Wrigley, cuyo monóculo también trazaba una petrificada O de sorpresa e indignación.
Bobby, infinitamente turbado, intentó proclamar su inocencia, quiso pedir perdón; pero, como las cosas no eran las cosas, ni las palabras querían decir exactamente lo mismo esa tarde lluviosa de Octubre en Buckinghamshire, su boca pronunció libre y fresca esta frase bajo sus horrorizados e indefensos ojos miopes:
-Que te den por el culo, Wrigley.

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