Lenta y vaporosa, la jornada se desenhebra. Sobre sí misma se desliza, de acto en acto, de palabra en palabra, de pensamiento en pensamiento no necesariamente silenciado. Hay ideas que le pertenecen al silencio, que en él nacen y se reconstruyen como el eco de algún tacto que no recordamos con precisión. Cae el día sobre sí mismo, agotado, en el respaldo ficticio de todas sus decisiones, y rueda hacia un costado como si fuese una jícara hueca cuyas entrañas guardan una esfera de plomo que busca siempre el centro de las cosas. Hace como que cierra los ojos, quiere dejar de ser, difuminarse como una telaraña que sin saber se desintegra. Hace como si ya no fuera, y ese no ser es sólo la imitación de la quietud. Pronto el sobresalto: un diálogo cuyas palabras tenían más de un sentido, una maraña de sonidos que en ir y venir se enredan como el hilo de un papalote olvidado debajo de la cama, entre los zapatos viejos y la pelusa de quién sabe cuánto tiempo; la mirada de un desconocido que pasó medio viaje en autobús dedicándose al escrutinio de su gesto, incluso después de saberse sorprendido, recuperando impasible la torsión en la pupila de quien mira porque gusta de mirar sin que nada más le importe.
Estas cosas, que ya han pasado, se mueven dentro de él como la esfera de plomo que desde su cabeza rueda y retumba en su pecho, ahí es donde lo nacido en el silencio se esconde. Sale con el golpe, las ideas sin voz ensombrecidas asoman la cabeza en esa jícara suicida y descubren el papalote enredado de palabras. Las unas saben que las otras son mudas, así que guiñan, se retuercen, inventan un lenguaje de hilos silenciados de colores, un mundo callado donde lo no dicho, que no es lo mismo que el silencio puro, echa a volar los cometas rotos de todos los tiempos.
Los hilos en las manos del día enredados, lo jalan, tiran de él y lo dejan boca arriba. El día los mira deseando que desaparezcan, pero los ve subir y subir y subir sin que su perfil se vuelva borroso, como si él también tuviese en la pupila el gusto por ver. Se desespera, con los ojos abiertos sabe que no puede fingir quietud. Aprieta los puños, se muerde los labios ¿de qué está hecha la sangre de los días? Tiene mal de recuerdo, ebriedad de sí mismo, dolor de ser. El día boca arriba es un insomne y hoy no sabe morir.
lf. 04/10/07
jueves, 4 de octubre de 2007
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5 comentarios:
Es como un mundo propio en el que el tiempo gira sobre sí mismo a través de los hilos del día y de la vida. No quiere saber qué es lo que lo ata y le da esa visión a la vez reconcentrada y confusa de las cosas,entre un tiempo y un espacio que le ofrecen un nuevo mundo a costa de su miedo a la muerte, su rechazo inconsciente al sueño. Creo que a partir del golpe, cuando las cosas que recuerda retumban en su cabeza, me gusta más. Empieza a ser más narrativo sin perder su prosa poética y la catarsis es más objetiva y llega más.
Como siempre, lf, las palabras hiladas con ritmo y belleza. Totalmente de acuerdo con alkmene, especialmente en el último comentario. Las imágenes temporales me recuerdan a Paz -lo cual nunca puede ser malo-.
Me encanta esa prosa tuya. Para comentar el primer párrafo, me gustaría utilizar la telaraña que se difumina sin saberlo. La imagen que me da el párrafo, es la de la resconstrucción de la telaraña, con ritmo y precisión, palabra a palabra. Algunas imagenes son muy bellas, otras tan bien hechas que se siente la esfera retumbar, con y sin maría. De acuerdo con los colegas. Sugiero más tiempo de lectura, los textos podrían comentarse más ampliamente en en algunos encerrones de fin de semana especificos, cuando esto sea posible
¡Siiiií! ¡Encerrones! (con todos y María)
¡Encerrones! ¡Encerrones! Ya estoy haciendo mi hucha, y sí, me parece perfecto lo de más tiempo de lectura, yo creo que siempre podemos volver a todos los textos, es la ventaja de tener un espacio así. Nomás que yo voy a ir apuntando lo que quiera comentar porque luego mi idilio con Alz Jaime está gruexo. jaja.
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