jueves, 4 de octubre de 2007

Insomnio, ¡presta para andar igual!


La ventana precedida –según como se vea- por una tela de mosquitera con el polvo del verano, apenas permite ver el cielo, aunque cuando hay luna, a pesar de la luz de la lámpara que está junto al ordenador, es factible ver con claridad. En ocasiones es posible abrir la ventana y, no obstante la tela de mosquitera, se puede ver alguna estrella. Sin embargo, ya estamos en otoño y esta noche es especialmente fría, además, nublada. No es que intentar observar el cielo nocturno sirva para encontrar el verso, la frase, ni siquiera la palabra, que quieres; es ver que, a pesar de todo, la luna se mueve. Aunque en noches como está, pareciera que nada se mueve, por lo menos afuera. Vivir en un pueblo de la montaña, tiene eso en noches nubladas. No todas son iguales por más que lo parezcan; de pronto ladra un perro y te das cuenta que no estás solo, alguien afuera también está trasnochando, sin importar si se mueve o no, lo que tenga que moverse. Decides utilizar la imagen de inmovilidad para un texto del que escribes cinco líneas, después eliminas dos y vuelves a la ventana que te llevó al texto. Encuentras tu tenue reflejo en la ventana, atrapado por la tela mosquitera y decides usar también esa imagen en el texto. Regresas al ordenador, relees las tres líneas que has escrito y reflexionas sobre si liar o no otro porro. Antes de terminar de deshojar la margarita, te ves liando el segundo de la noche. Mientras ejecutas los movimientos necesarios, vuelves al escrito y relees, -las mismas tres líneas- piensas. De pronto, llegan las musas, pero las manos están ocupadas, intentas retener la idea y lo logras, hasta que descubres que el mechero no está donde tendría que estar. Con la idea extraviada o ya en la cama, la idea, optas por emplear la experiencia vivida en el texto, pero no sabes cómo, así que relees, -las mismas tres líneas- vuelves a pensar. Imposible saber si el tiempo ha pasado y cuánto.

Cuando se ve la luna, siento como pasa la noche, primero la tengo a la derecha, después en el centro, luego a la izquierda y por último desaparece. Me gusta escribir en las noches que puedo ver la luna. Siempre que escribo un relato, cuando la luna está en el centro, he llegado al clímax de la historia, cuando desaparece, he finalizado el desenlace. En noches como hoy, se enfrían las cuatro tazas de té, me cuesta escribir más de tres líneas, escribo cinco y borro dos, hay quien dice que es el porro, pero en noches de luna también me gusta fumar. Yo pienso que algunas noches nubladas, también se oscurece el cerebro, lo que no entiendo es por qué no decide ir a dormir. Creo que de eso sí es culpable el porro, si pudiera fumar otro, en este momento me iría a dormir con o sin la venia de la nublada noche y mi nublado cerebro. Hay quien dice que es insomnio, yo digo que es escasez de maría

2 comentarios:

hf dijo...

Me gusta mucho la parte inicial con el juego de la luna el pueblo, lo que se mueve y no. Más que las musas o la maría, me llama esa idea de que el tiempo pasa pero no siempre igual, por eso al final del primer párrafo echo en falta algo que ilustre más la idea con la que lo cierras: "Imposible saber si el tiempo ha pasado y si es así cuánto ha pasado" (yo ahí cortaba: Imposible saber si el tiempo ha pasado y cuánto). Sé que esa idea está esbozada con liar el porro y ver la compu, pero ese es sólo un lado de lo que pasa, ¿de qué iba la idea que se fue? ¿cómo se difuminó? ¿A qué sabe su pérdida? Pero bueno, igual es que me gustan mucho los detalles jiji. Habrá que conseguir más maría ¿no?

Alkmene dijo...

Me gusta mucho la relación entre los objetos, la luna y las ideas extraviadas. Es como si el tiempo se hubiera transformado en algo inmaterial rodeado de brumas, y navegáramos con la luna, el mechero y la maría como brújulas.