sábado, 27 de diciembre de 2008

Será Verónica, probablemente

El escritor, ante la pantalla y un café cargado, piensa cómo iniciar su último relato.
Anota:
“Empieza así: “Llamaron a la puerta con fuerza. Eran las dos de la madrugada. El timbre entonó una melodía mecánica, lúgubre, fantasmal. Un Listz en binario.”
Relee y concluye:
“No es mal comienzo.”
Y sigue.
“El protagonista, sentado ante el ordenador, no, mejor la máquina de escribir, una vieja olivetti del 59 (Bonny and Clyde atracando en un hyundai no tendría el mismo punch) ante su vieja olivetti, digo, levanta la vista y observa en la pared de enfrente la reprografía de un klee mientras las últimas notas de la Nocturna de Listz mueren molestas mecánicas lentas en sus oídos. Piensa: “Probablemente sea el hachís”. Vuelven a llamar: esta vez, con cierta violencia, porque Listz parece atacar las notas con impaciencia, con urgencia de buen romántico. Mira durante tanto tiempo la araña de la pared que ésta parece que mueve una de sus patitas como mostrándole el camino hacia la puerta. Entonces piensa: “Aunque podría ser la ginebra”. Ah, digamos que está tomando, a esas horas de la madrugada, un buen café cargado, expreso, espeso. Se levanta, se dirige a la puerta por un pasillo oscuro. Pero, en el trayecto, se para ante la puerta de la cocina y mira adentro. La luz de la luna llena, que entra por una ventanita de madera, hace brillar en la oscuridad el filo de un machete como si fuera un faro, como una enorme libélula metálica suspendida en la noche. De nuevo suena el timbre y esa melodía infernal... Entra y atrapa la libélula. Mientras recorre la pequeña distancia entre la cocina y la puerta acuchillando la negrura, el protagonista piensa: “Será Verónica. Probablemente”. Fin”.
El escritor se recuesta francamente satisfecho. Toma un sorbo de café y relee lo escrito.
Llega al fin y coincide consigo mismo en que es un buen comienzo. Entonces llaman a la puerta con fuerza. Son las dos de la madrugada. El timbre entona una melodía mecánica, lúgubre, fantasmal. Un Listz en binario. Entonces, el escritor piensa: “Probablemente, será Verónica”.


FIN

lunes, 22 de septiembre de 2008

Otoño I

Los días se suceden de gris en gris.
En el aire,
una humedad que se asemeja a la memoria
se posa sobre mi nuca.
No me detengo:
dejo que las sensaciones sin nombre me aniden.
En ello el placer de lo secreto,
las cosas antes de ser nombradas
flotando en el negro previo al sueño,
y el sueño donde los nombres no corresponden
a las cosas de la vigilia.
Y ando
de palabras olvidadas
lamiendo al mundo.
lf.

sábado, 10 de mayo de 2008

Para no caer

Eran las seis de la tarde cuando azotó la puerta tras de sí y se echó escaleras abajo. Sentía su cuerpo balancearse, la gravedad exigiendo el tributo de su caída; apenas hacía algo para detenerlo, una mano deslizándose por el barandal y otra acariciándo la pared. Diez pisos abajo una puerta de cristal enrejado daba a un mundo que se desdoblaba en horizontal. Llevaba la carta oculta en el cuerpo, entre la camiseta y el pecho, y a cada salto escalón abajo sentía las esquinas rozándole la piel. Llevaba meses escribiendo, esperando la visita que cumpliera las promesas escritas, trazando cada vez frases más insolentes. Pedía, a falta de su presencia física, pruebas de su existencia, un zapato o ropa interior, las palabras le eran ya insuficientes. Pensaba en ello y se preguntaba si alguna gota de sudor correría algun trazo en el sobre, acaso su nombre -la última letra de su nombre- cuando tropezó y, aferrándose a una boluta de la esquina del barandal dió medio giro, se golpeó contra sus barrotes y evitó la larga caída de doce escalones hasta la planta baja. Jadeando, se llevó la mano al pecho, bajó los escalones uno por uno, contando, uno por uno, hasta llegar a la puerta y recuperar la respieración. En la esquina el buzón se erguía como un homenaje a lo estático, contemplaba al mundo desde su metálica hermeticidad. Caminó hasta él, se desfajó la camiseta justo a la altura del ombligo y sacó la carta: una gota de sudor había borroneado el número de la casa de destino. Levantó los ojos, dejó que descansaran en el horizonte, la ciudad se desbordaba y rugía. “A suerte” murmuró para sí mientras alzaba la carta hasta su boca y lamía las últimas letras de su nombre. Echó la carta al vientre de metal y luego corrió calle abajo: sentía su cuerpo balancéandose, la tierra exigiendo el tributo de su caída y no hacía nada para detenerlo, acaso lanzar una carta a suerte.

10/05/08 lf

lunes, 14 de enero de 2008

Torito para despertar al año nuevo


Como tengo el horroroso presentimiento de que si llegamos al mes sin actualizar este blog se va a atorara de por vida, y como sé que algunos insomnes tienen problemas para acceder a internet, propongo un nuevo torito: escribir lo que les venga en gana a partir de la imagen de este post. Eso no significa que quienes no hayan podido subir toritos o críticas anteriores ya no lo hagan, sólo que hay que despertar al año nuevo. lf.