jueves, 18 de octubre de 2007
Carta hallada en la boca de un calvo muerto
Estimado Sr. Forense:
Cuando lea esta carta, probablemente habrá ya pasado por las manos del Sr. Policía, de la Sra. Periodista y del Sr. Juez. Por este orden. Quiero decir que su contenido habrá sido aireado con impunidad y parcialidad en libelos de prensa y coloquios de portera, en televisión y en radio, objeto de múltiples comentarios, interpretaciones y diatribas contra mí y, por extensión, contra mi especie.
Quizás mi modus operandi le confunda, puesto que, efectivamente, soy un buitre. Pero, ¡ojo, muy señor mío! No me confunda con esos arrogantes accipítridos, que son buitres europeos, carroñeros arrogantes y fariseos. De esos que, con hipócrita gorgojeo, parecen esbozar una sonrisa picuda antes de asestar el ictus definitivo. Ellos sí matan (ceremonia plumífera del desplume) Así proceden, sí señor.
Y le digo que puede sentirse confundido si, como espero, reconoce que los de mi familia, los cathartidae, no asesinan, señor, sino que se alimentan de los ya muertos. ¡Yo soy un catartido! De toda la vida.
Y aquí está el meollo de la cuestión. Que, como personaje literario, he sido forzado a realizar este acto reprobable (“encajó su pico en mi boca”, “. . . vino y empezó a picotearme”) y profundamente asqueroso, hasta el punto en que se me ponen las plumas de punta. Y le digo, Sr. Forense, que el responsable primero de este acto deleznable e innecesariamente cruel, diría incluso que kafkiano, es un tal Franz Kafka, sobradamente conocido por sus escritos y sus orejas. La responsabilidad de este señor es mayor aún puesto que los catartidos habitamos exclusivamente en América, y América es novela escrita por este señor. Es decir, que él nos llevó a América. En concreto, en la segunda revisión de su manuscrito (que lamentablemente arrojó a las llamas y no pudo ser salvada de ellas por su amigo el señor Brod) me situó bajo el catre que ocupaba Delamarche en la negrísima habitación de la posada a la que llega Karl Rossman, ya en el Nuevo Mundo, con estas palabras: “Bajo el catre. . . bla bla bla. . . un apestoso saco de plumas mohosas infestadas de ácaros, irregularmente dispuestas alrededor de un cuerpo que se adivinaba esmirriado, magro como el de una perdiz, y seguramente maloliente” Y, para finalizar, añade: “Además, era calvo”.
Entenderá entonces, señor mío, que mi animal-aversión hacia este sujeto no solo es natural, sino que se justifica plenamente por su carácter extremadamente violento a la hora de pergeñar situaciones y personajes. Además, los buitres americanos no asesinamos, tan lejos estamos del carácter marrullero de los europeos. ¡Débil memoria la de Kafka que olvida que él nos trajo a América!
Así que reivindico mi inocencia. Si fui yo quien “encajó su pico” en la boca de alguien, no fue porque yo quisiera, sino que brotó de la atormentada pluma de ese señor conocido como Franz Kafka.
Afectuosamente suyo
Hermann
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1 comentario:
"...parecen esbozar una sonrisa picuda antes de asestar el ictus definitivo" genial. "Que, como personaje literario, he sido forzado a realizar este acto reprobable (“encajó su pico en mi boca”, “. . . vino y empezó a picotearme”)" la reivindicación es sensacional, y casi me conmueve el rigor del buitre, usando las citas como evidencia de sus argumentos. "...me situó bajo el catre que ocupaba Delamarche en la negrísima habitación de la posada a la que (llega) Karl Rossman, ya en el Nuevo Mundo,...) pondría yo "llegó". "...se me ponen las plumas de punta" - je je. Muy bien, vamos.
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