lunes, 10 de diciembre de 2007

Derrumbe

Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir al infinito la misma lata de sardinas.

No es lo mismo esperar el derrumbe que sentir que se avecina, escuchar como las grietas de tu mente se abren al ritmo que marca el crujir de las paredes. Esbozar una sonrisa irónica al techo que te espera y probar suerte durmiendo un poco más. Rozas la campana que separa el sonido de tus sueños y palpas la sábana que te ofrece sudor por vida. Y esperas. Tus miembros en tensión forman un bloque del que ya nada se escapa, y el silencio se hace lenguaje, sobrevuela tu cuerpo y se concentra en tu respiración rebelde. Aire sobre llama. Los dos se desvanecen.

Cae la primera gota sobre tu pecho, y parece que nerviosa al morir decide llegar al corazón. Y van cayendo más. Es la música del derrumbe. Durante meses has vagado de habitación en habitación pintando rostros alegres y pasados que te devuelven muecas burlonas cuando te das la vuelta. Las paredes se ríen de ti. Están a tu mismo nivel. Y te devuelven el pálido reflejo de tus sentimientos jugando a ser eternos. Ya no son más que borrones, marcas de un espacio que ya no controlas y que como las gotas se disolverá en lo que eres. Miras de reojo las pintadas, y todas forman un círculo negro que se abre para tragarte y en el que nunca tocas fondo.

Se estrecha el círculo cada vez más y te golpeas una y otra vez con las paredes. Abres los ojos y miras al techo. Alto e inaccesible deja caer las últimas gotas que se cuelan entre las grietas del tejado. Los últimos compases de una música nacida para morir. No esperas que se venga abajo. Lo sabes.

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